martes, 29 de mayo de 2012

ópera




Nos movíamos de Este a Oeste por el desértico valle que conducía hacia Ticlo. 

Ticlo es la agónica capital administrativa de Crotavia. 

Habíamos completado un mes de avance hacia la capital y ya estábamos a pocos kilómetros. Nos movíamos "limpiando" el camino. A veces encontrábamos resistencia capaz de detener nuestro avance, ahí nos instalábamos y aplicábamos el plan "Ópera".   En dos días éramos capaces de crear un frontera infranqueable, aún bajo intenso fuego enemigo.   Cada vez que lográbamos construir las trincheras, barricadas y defensas, significaba que una vez más reducíamos su espacio y que los empujábamos cada vez más cerca de Ticlo.

Volví de donde mi mente haya estado al escuchar al capitán Manríquez gritar mi apellido y mi tarea.  Me tocaba con Jiménez en la ametralladora.  La misión era la siguiente:  Disparar ráfagas de 10 segundos cada 10 segundos.  Dispararlas manteniendo ese ritmo,  durante las  5 horas que duraban los turnos.  

La ametralladora cantaba su ópera del miedo.  El que ha estado bajo fuego de una MX100 sabe lo que digo.  A pesar de ser un arma de baja precisión, pesada y poco eficiente en términos de municiones, estaba considerada como un armamento temido.  Ella era el pilar de nuestro plan cuando deteníamos nuestro avance.   Era nuestro martillo sicológico.  Al ir encerrando al enemigo y obligándolo a retrasar sus defensas cada vez más cerca de la ciudad, el efecto sicológico, más que bélico, de nuestra MX100 iba aumentando.   El estruendo de las ráfagas, disparadas constantemente a intervalos regulares durante horas era la música que acompañaba los días y las noches de tensa espera.  

Las explosiones, disparos, gritos y alaridos que acompañaban esta guerra no tenían ninguna similitud a esta música, estos últimos eran azarosos, no había una partitura y no podrían ser  considerados como una improvisación musical de la muerte.  Solo eran ruidos, resultados de alguna granada, rifle o soldado que se abrazaba a su último momento de vida.

El enemigo entendía muy bien lo que la MX100 quería decir con su emotiva ópera.  Era un claro mensaje de que nosotros habíamos consolidado nuestro avance,  y que estábamos preparando el próximo.  Mientras los soldados descansaban y los estrategas discutían el próximo movimiento, la MX100 daba vuelta sus pulmones.  Disparaba sus notas al azar, día y noche. Todos podían escucharla.  Era el sonido ambiental de los momentos de pausa de esta guerra.  Sabíamos de el daño que producía esta música en el enemigo, la música tiene la capacidad de modificar los estados de ánimo, de avivar las sensaciones e iluminar recuerdos oscurecidos por el tiempo.  La música de la MX100 era la ópera de la angustia, del miedo a la muerte, un preludio al desastre.   Su efecto era tan fuerte que incluso en nuestro bando habíamos tenido que dar de baja a una docena de soldados que no resistieron más el concierto, los nervios los tenían destrozados.  La ópera los hacía tiritar y ponerse en posición fetal.  Dos terminaron su vida corriendo directamente hacia las semicorcheas escupidas con furia por la MX100.   Si esto causaba en nuestras tropas, imagínese lo que ocurría entre los Crotianos.

Mi turno en el nido de la MX100 había comenzado.  Yo ya había estado a cargo de esta orquesta de un solo instrumento y conocía su temperamento.  La primera hora era bastante fácil.  Se necesitaba de dos operadores: el "péndulo" y su asistente.  Nos turnábamos estas tareas, cada una hora, cambio.  El péndulo debía disparar sin perder el ritmo las ráfagas de 10 segundos cada 10 segundos y mantener una oscilación que no superara los grados calculados para que la lluvia de balas impactara dentro del rango "útil".  El asistente se encargaba de la recarga de munición de la MX100, tenía 10 segundos para desconectar la correa de balas usada y conectar una nueva. Usábamos un metrónomo para no perder el ritmo y unos protectores auriculares para no quedar sordos.

Los efectos del humo, la vibración y el calor generado por la MX100 comenzaban a sentirse durante la segunda hora de operación.  Me recordaba a las veces que he tenido fiebre, duelen los huesos, transpiración helada pero mucho calor. Eso y visión borrosa.   Comparado a sensaciones que había tenido durante ese último mes estos síntomas eran solo un detalle.  

Después de tres o cuatro horas de música te transformabas en parte de la MX100, te sentías de metal...no se sentía nada.  Solo el ritmo del terror retumbando desde las entrañas hacia afuera.  No tenía sentido hablar durante la operación de la MX100, era imposible escuchar algo.

El enemigo nunca había intentado nada durante los conciertos.  Solo esperaba angustiosamente a resistir el próximo ataque, el cual se iniciaba exactamente cuando había un silencio mayor a 10 segundos.  Ese segundo extra de silencio, el onceavo, hacía temblar a cualquier ser humano a 5km a la redonda.

Estábamos cerca de terminar nuestro turno. Yo estaba de asistente y me tocaba recargar una vez más los pulmones de nuestra cantante de voz grave cuando ocurrió.  

Yo había sido obligado a enlistarme en el ejército.  Antes de eso había sido obligado a trabajar en la fabrica de clavos.  Mis sueños y ganas de manejar mi vida habían sido cortados constantemente por razones externas. Las vueltas de la vida, como dicen.  En dos segundos tome la decisión.  Como militar estaba convencido que era una decisión ganadora.  No recargué la MX100.   Jiménez quedo congelado, no de susto, solo rompí el ritmo bajo el cual estaba hipnotizado.  Me miraba sin moverse y sin ninguna expresión en su cara. Yo, un soldado simple había tomado la decisión de iniciar el ataque final.  Al detenerse el estruendo por más de 10 segundos se generó una reacción instantánea, todos se armaron, se formaron y comenzaron el avance, tal como lo habían hecho muchas veces durante el último mes.   Los altos mandos fueron los únicos que estaban extrañados por lo que ocurría, no era parte del plan, pero estaban muy conscientes que ya era imposible detener el ataque.  

Fue una masacre, llegamos hasta la plaza de Ticlo tomando todos los edificios públicos.  En menos de dos horas habíamos controlado la ciudad.

Tres días después me encontraba yo y Jiménez ante el tribunal militar.  Cuando me tocó hacer mi declaración dije lo siguiente.

"Estoy desilusionado de cómo son las cosas.  Entiéndame bien, no me refiero a la crudeza de la guerra, soy un soldado y entiendo mi misión.  Estoy dispuesto a luchar por lo que creo, a dar la vida por mi país.  Lo que ocurrió ese día y las atribuciones que me tomé se deben al razonamiento que expondré a continuación.   Los Crotianos ya estaban derrotados, no tenían comida, energía eléctrica, ni armamento pesado.  El mantener el plan Opera solo significaba alargar la agonía del enemigo y causar ansiedad y angustia innecesaria entre nuestros soldados.   Ese día, cuando me toco mi turno de ir al baño, vi cómo los generales y estrategas estaban bebiendo y jugando dominó.  Me demoré dos segundos en tomar la decisión de no recargar la MX100 y dar el inicio del fin de esta guerra.   No tuve duda que era la mejor decisión, incluso para los habitantes de Ticlo.  Aún en la guerra se puede ser digno e íntegro, incluso con el enemigo, eso me diferencia de un asesino común y corriente.  A pesar de haber dado muerte a muchos, he conservado mi humanidad y por eso actúe como uno."

No hubo explicación detallada de nuestra sentencia.  20 años para mí, 10 para Jiménez.  Fui esposado y sacado del tribunal por una puerta trasera hacia la calle en donde me esperaba el furgón.   Un gendarme me empuja con firmeza en dirección al furgón que me llevaría a la penitenciaria.

Antes de subirme al furgón el gendarme me habla, y con un marcado acento Ticlano me dice: "soldado, tus palabras en el juicio te salvaron de la humillación a la que tu país te condena, 20 años de cárcel. Te daremos el final que un soldado merece" y me cerró un ojo. El gendarme con una gran sonrisa cerró la puerta del furgón. Nunca había visto a un Ticlano sonreír, se veía como cualquiera que ríe, satisfecho.  

El furgón hizo sonar las ruedas al partir. Dimos la vuelta a la cuadra y a toda velocidad nos subimos a la vereda, deteniéndonos casi al frente del tribunal El techo del furgón salió expulsado hacia arriba dejando expuesta una MX100, cargada y lista.   Casi todos los asistentes al juicio estaban amontonados como ovejas en las blancas y largas escaleras de los tribunales. 

Comenzó la música que nunca pensé escuchar nuevamente.  La MX100 cantaba su obra maestra, como nunca la había escuchado.  Esta vez no se detuvo a los 10 segundos.  Masacre. El furgón partio conmigo y Jiménez con rumbo desconocido. 

Al amanecer le dije a Jiménez, "Lo que es justo, es justo". Él asintió seriamente. Sin  vendarnos los ojos, mirando al frente y libres de amarras, esperamos nuestra ejecución frente a los 748 Ticlanos sobrevivientes de la guerra y que hoy celebraban su primera victoria.